Un hogar, lejos de casa
Casa Garrahan es un techo para aquellos niños del interior y sus madres, que necesitan alojarse en Capital Federal mientras se realizan tratamientos que no requieren internación.
TEXTOS: M. DE LOS ANGELES ALEMANDI.
Los grises se quedan afuera. La soledad también. Hay tristezas y fantasmas que a veces se cuelan por las hendijas de las ventanas, pero se los trata de ahuyentar. No es fácil la vida en aquella casa sólo porque no es fácil la vida de quien pelea cuerpo a cuerpo contra una enfermedad. Pero aquellas paredes son el refugio más cálido para enfrentarse a la tormenta.
Casa Garrahan es un pequeño oasis en el desierto. Las puertas se abren y se ingresa a un espacio lleno de color, de energía y de luz. Afuera queda la aridez de una ciudad ajena e inmensa, el frío de los pasillos del hospital, la añoranza de la familia que está lejos.
La misión de la casa es generar un espacio que “propicie la recuperación de la salud” de los niños. Cobija a familias sin recursos económicos ni obra social, que llegan desde el interior del país (provenientes de distancias mayores a los cien kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) porque necesitan un hogar, mientras sus hijos cumplen tratamientos médicos por enfermedades (preferentemente oncológicas, cardiovasculares o ante la necesidad de un transplante) que no exigen internación.
El techo posible
Más de diez años atrás era imposible, para muchos niños llegados desde las provincias, recibir atención en los hospitales pediátricos de la Ciudad de Buenos Aires: Dr. Pedro de Elizalde, Dr. Juan P. Garrahan y Ricardo Gutiérrez, porque no tenían lugar donde vivir mientras durara el tratamiento.
En algunos casos la solución aparecía a través de las casas de las provincias, las obras sociales o gracias a la ayuda de familiares y amigos. Pero otras veces sólo se hallaba incertidumbre y más angustia. La Fundación Garrahan comprendió la necesidad y así nació el proyecto de la Casa.
En el año 1994, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires cedió un terreno ubicado a sólo cien metros del Hospital Garrahan (Pichincha 1731) y el 25 de marzo de 1997 fue inaugurada la obra. Desde entonces, bajo su techo han encontrado cobijo “más de siete mil familias”, según informó el Ing. Juan Ramón O’ Donnell, coordinador general de Casa Garrahan.
Todos los alojamientos están coordinados por el Servicio Social del Hospital Garrahan ante la demanda particular de las familias.
Puertas abiertas
Al entrar en la casa, una enorme sala de estar se presenta como un abrazo para el alma. Aquella mañana que la visitamos, las mamás con los niños estaban en el hospital, pero imaginamos que a su regreso aquel espacio se llenaría de risas. Las paredes están decoradas por obras de arte producidas por los chicos, con colores brillantes que derrochan vida.
Al fondo hay una biblioteca, una sala de computación y máquinas de coser. La última puerta nos transporta a lo más parecido a un paraíso para cualquier niño: la habitación de juegos.
Algunas ventanas dan a la calle y otras muestran el patio, que más que un patio parece un estacionamiento de cochecitos, autitos infantiles y andadores.
En un rincón se encuentran cómodos sillones, lugar donde las madres se reúnen, charlan, liberan tensiones y recuperan nuevamente el ánimo. Allí conversamos con el Ing. O’ Donnell, quien trabaja desde hace más de ocho años en la institución. Es un hombre alto, de sonrisa generosa y mirada honda que ha visto crecer a muchos chicos: “La casa es muy colorida y en ella hay mucha alegría -dice-. Se trata de generar un clima de contención. Hay días difíciles para las madres porque quizá recibieron un diagnóstico respecto de la salud de su hijo y están muy preocupadas o porque piensan en los otros hijos que dejaron en sus casas. Es muy fuerte el desarraigo. Además, de pronto llegan a esta ciudad enorme sin siquiera saber usar un ascensor. Entonces, no sólo cargan con el peso de la enfermedad del niño sino que tienen que salir a golpear puertas para conseguir los medicamentos o pasajes de colectivos y hacer un montón de trámites. Para nosotros es importante que la mamá esté bien, porque es casi una regla matemática: si ella se deprime, el niño también. Hay menores que conocen perfectamente lo que les pasa, pero hay otros que no; sin embargo, a través del ánimo de la madre se dan cuenta si mejora o empeora la situación”.
Este clima de contención del que nos habla el coordinador de La Casa no se puede traducir en palabras. Durante su estadía los niños realizan múltiples actividades: si están en edad escolar concurren a la escuela hospitalaria y, además, participan en talleres de teatro, dibujo, pintura, ajedrez, computación y música. Las madres también se mantienen ocupadas porque toman clases de cocina, gimnasia, expresión corporal y asisten a peñas musicales.
Los fines de semana se organizan salidas espontáneas entre las madres y los niños que duermen bajo el mismo techo: a veces van a una plaza a tomar mates, al zoológico o de compras a Once y con un poco de suerte reciben invitaciones para ir a ver espectáculos u obras de teatro infantiles.
Mundo íntimo
La Casa Garrahan tiene tres pisos y 46 habitaciones en total. Cada uno de esos espacios son amplios, tienen dos camas -para la mamá y el niño- y baño privado.
En cada piso hay una cocina, con largas mesas y un televisor que se suma al bullicio de los comensales. El menú diario lo determina una nutricionista que trabaja con la colaboración de una asistente, pero las que ponen las manos en la masa (respetando normas de higiene y seguridad) y preparan almuerzos y cenas, son las mamás.
Aquel mediodía que visitamos la casa, dos mujeres cocinaban hamburguesas con puré. Una, proveniente de Formosa, miembro de una comunidad toba, se limitó a sonreir. La otra, de Puerto Iguazú (Misiones) sólo respondió a Juan Ramón, cuando preguntó qué plato estaban preparando. De una de las paredes colgaba un afiche escrito a mano con fibra negra acerca de las Enfermedades Transmitidas por Alimentos (ETA), sus síntomas y las medidas de prevención. Estaban acompañadas por sus hijos. Al igual que ellas, el mayor nunca corrió la vista del televisor y el otro tampoco perdió la concentración mientras dibujaba.
Dibujaba rayas de colores en una hoja en blanco. Tendría no más de cuatro años. Apenas levantó la vista para mirarnos. Estoy segura de que tras el barbijo no apareció la sonrisa. Tuve ganas de removerle el cabello oscuro y saber su nombre, pero su silencio puso los límites.
De pronto entendí que yo era una intrusa. Aquella era su mesa, su cocina y su casa. Entendí también el sentido de apropiación del lugar, porque el espíritu de Casa Garrahan está lejos de ser el hospedaje de madres e hijos que vienen al hospital por largos y serios tratamientos médicos. Es un hogar con todas las letras. Y quienes lo habitan entrelazan sus historias, sus costumbres, sus tristezas y la esperanza de un futuro donde abunde la salud. Se inventa una nueva gran familia y cada rincón se conquista día a día.
El pequeño niño, absorto en su mundo de lápices y papeles, casi sin saberlo me hizo comprender dónde estaba parada. Le inventé un nombre para no olvidarlo y pasé como una sombra por su lado. Fue lo correcto: ¿a quién le gustaría que un desconocido pasee por su casa y descubra ese mundo tan íntimo?
Vale la pena
De acuerdo a las estadísticas, el porcentaje más alto de los niños que se alojan en Casa Garrahan son de la provincia de Buenos Aires (de localidades ubicadas a más de 100 km de la capital), luego siguen chicos provenientes de Misiones, de Santiago del Estero, de Formosa y, en quinto lugar, de Santa Fe.
Este espacio que se parece mucho a un hogar y desde el cual los niños encuentran renovadas fuerzas para recuperarse de enfermedades que exigen algo más que atención médica especializada, debe ser conocido por todos porque necesita nuestro respeto, tanto como nuestra ayuda.
Si bien muchas veces la sociedad asume responsabilidades que debería garantizar el Estado, porque la salud es por sobre todas las cosas un derecho, la solidaridad nos caracteriza a los argentinos. Quizá porque estamos acostumbrados a las crisis y a los tragos amargos. Como sea, vale la pena el trabajo de la Fundación Garrahan y vale la pena ayudar porque no debe haber nada más importante en la vida que la salud de nuestros hijos.
Cuenta el Ing. O’Donnell que el alma de la casa son las voluntarias, que acompañan a las familias, les prestan oído y se transforman en una mano amiga. También hay un grupo de asistentes sociales que están junto a las mamás para ayudarlas a organizarse, a resolver inconvenientes, a seguir mirando para delante y peleando por la vida de sus hijos.
ser solidario es saludable
La
Casa Garrahan se sostiene, desde su inauguración en el año 1997, únicamente por aportes solidarios. Cada una de sus cuarenta y seis habitaciones puede ser apadrinada por alguna empresa o particular que apueste a este proyecto.
Desde septiembre de 1999, la Fundación lleva a cabo el programa de reciclado, a través del cual ya se recolectaron más de 27.700 toneladas de papel con la ayuda de empresas, escuelas y otras instituciones. La venta del material reunido genera un ingreso que ayuda a sostener, entre otras necesidades, la Casa Garrahan.
A fines de este año, la Fundación fue por más y sumó a la campaña “El papel no es basura”, el reciclado de plástico, por lo que invita a toda la comunidad a aportar a la recolección de tapitas de gaseosas y agua mineral.
Durante la charla con Nosotros, el coordinador general de Casa Garrahan, Ing. Juan Ramón O’ Donnell, manifestó en reiteradas oportunidades su agradecimiento, tanto a los vecinos que acercan bolsas con tapitas, como a las grandes empresas que realizan su aporte para sostener este hogar. Comentó, además, que ya se está trabajando en una nueva campaña para reciclar llaves.
PARA SUMAR
Todos los santafesinos que deseen sumar un granito de arena a Casa Garrahan pueden escribir a: casagarrahan@fundaciongarrahan.org.ar, fmade@fundaciongarrahan.org.ar, casa@fundaciongarrahan.org.ar, o llamar al (011) 4308-3106/3731. En la web: www.fundaciongarrahan.org.ar.
Publicado por DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE