El dengue como indicador social
Según los informes profesionales, la actual epidemia de dengue es la peor, la más grave y persistente de toda la historia argentina. Las mismas fuentes señalan que cada dos minutos hay un caso de dengue y hasta la fecha los desenlaces fatales suman siete, mientras que los contagios superan los siete mil. Profesionales y funcionarios de salud han reclamado que se declare la emergencia sanitaria nacional, iniciativa frente a la cual el gobierno de la Nación se ha mostrado remiso hasta el momento, entre otras cosas porque como suele ocurrir en estos casos, las cifras y los diagnósticos oficiales no coinciden con los datos que surgen del terreno y de los médicos que trabajan en la emergencia.
Está claro que sería una simplificación política atribuirle la responsabilidad total al gobierno nacional por lo que está ocurriendo. Como dijera un reconocido analista, el dengue no debe participar en las elecciones, pero también está claro que cuando estas epidemias ocurren, las causas son sociales y de alguna manera políticas; por lo tanto, los gobiernos no pueden hacerse los distraídos o suponer que todo acontece por una azarosa conjuración de hechos desafortunados.
Por otra parte, desde un punto de vista más estructural, está claro que si las instituciones de salud funcionaran mejor y las condiciones sociales de la población fueran aceptables, estas epidemias no se declararían o se reducirían a su mínima expresión. Más allá de las lecturas optimistas y manipulatorias de los Kirchner respecto de un país que ha dejado atrás la pobreza, estos acontecimientos vienen a demostrarnos con toda dramaticidad que la pobreza, y las condiciones sociales y sanitarias que de ella se derivan, están muy lejos de haberse retirado. Es más, en algunos planos puede afirmarse que se han agravado.
En principio, a nadie escapa -así lo reconocen los propios informes oficiales- que la instalación del dengue se relaciona con la desigualdad social, la urbanización no planificada, las altas temperaturas, la falta de limpieza y cuidado respecto de la acumulación de aguas, la chatarra y basurales en los centros urbanos. También, por la desidia e impotencia de las instituciones y funcionarios encargados de prevenir. Los titulares de los diarios nacionales de esta semana informan que en la conocida villa miseria de Retiro en Buenos Aires se instalan once familias por semana. Con esos datos ¿es posible sorprenderse por lo que está ocurriendo en materia de salud?
Tomás Orduna, infectólogo del hospital Muñiz, admite con relación al tema que nos ocupa que “no hubo una adecuada concientización del problema por parte del Estado”. Como suele pasar en estos casos, los funcionarios corren detrás de los acontecimientos, nunca se les ocurre anticiparse y prevenir. Lo más grave de todo es que existían informes profesionales advirtiendo sobre los problemas que se avecinaban, pero hubo que esperar que la epidemia -aún no admitida- se extendiese para empezar a preocuparse.
Publicado por DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE
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