jueves, 5 de noviembre de 2009

CARLA BRUNATTI UNA PIONERA EN EL CHACO SANTAFESINO. HISTORIA NO OFICIAL

CARLA BRUNATTI UNA PIONERA EN EL CHACO SANTAFESINO. HISTORIA NO OFICIAL






El Commendatore, Don Giusseppe Finis Terrae el 10 de noviembre de 1878, salió del puerto de Génova, Italia, conduciendo unas treinta familias, oriundas de Trento y Gorizia, un condado principesco; ambas ciudades pertenecían al Imperio Austrohúngaro (1867-1918), gobernado por la dinastía de Habsburgo, su el emperador era Francisco José I.

Dejaban la península itálica embarcados en el vapor francés “Pampa”, su destino era la Argentina.

El Commendatore Don Giuseppe, acompañaba a estas familias expulsadas por la hambruna europea, una de las primeras consecuencias de la modernidad, de la guerra y la desocupación, a buscar otras tierras y otros cielos para sobrevivir, pues, nada tenían que perder.

El viaje fue muy complicado, así lo relataron sus protagonistas en varias crónicas, porque con frecuencia el vapor “Pampa” se detenía para arreglar sus viejas maquinarias, posiblemente sería su último viaje por los mares intercontinentales y después pasaría a formar parte de la chatarrería de algún puerto desconocido.

Durante el día la tripulación se reunía en la popa del barco a mirar la inmensidad del mar, la nostalgia y la incertidumbre los deprimían pero el Commendatore organizaba enseguida una alegre reunión, presentaba algunos jóvenes con instrumentos musicales, unos tocaban el violín, otros, el acordeón y todos juntos cantaban sus canciones tradicionales.

El Commendatore, además, tenía una gran responsabilidad y un control estricto sobre los inmigrantes; pero a veces, alguno se le perdía y recorría el barco buscando a la persona ausente. Siempre era la misma: una joven muy hermosa, Carla Brunatti a quien encontraba saliendo muy contenta y sonriente de algún camarote del capitán o de los oficiales.

Ella con una voz angelical, decía:

- Perdone, Señor Commendatore.

Carla Brunatti, tenía su historia: era de Trento, ciudad famosa si las había en Italia; porque allí se había realizado el Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica (1545-1563) como respuesta a la Reforma del monje agustino Martín Lutero.

Era hija única de Don Carmelo Brunatti y de Doña Anunciata. La joven Carla mantenía una relación amorosa con el obispo de Trento y este escándalo había llegado a la curia romana y a los oídos del Papa.

Inmediatamente el Papa para acallar la ola anticlerical que cubría casi toda Europa, envió a un Cardenal octogenario de su máxima confianza, su Excelencia Reverendísima Monseñor Rectus Moris, para hablar con la familia Brunatti y terminar con esa relación pecaminosa.

El Cardenal, un eximio diplomático ya retirado en los suntuosos claustros de la curia romana; con mucha prudencia y con firmeza pontificia, le propuso a la familia Brunatti que a la brevedad abandonaran Trento para evitar el escándalo que tanto mal le hacia a la Iglesia Católica Apostólica Romana la conducta de su hija Carla y como compensación el Sumo Pontífice le enviaba por su intermedio una fuerte suma de dinero para ubicarse en un nuevo lugar y cuanto más lejos de la sagrada ciudad de Trento mejor.

Don Carmelo y Doña Anunciata, que eran fieles cristianos, aceptaron sumisamente la propuesta del Cardenal y fueron a ver al Commendatore Don Giuseppe Finis Térrea que andaba juntando gente para colonizar Argentina, pagaron el viaje de buena fe y aún les quedaba una buena suma para invertir en América.

Pero a Don Carmelo y a Doña Anunciata les traía muchos dolores de cabeza su hija Carla con su vida disoluta.

Unos años antes, ellos la habían llevado a Carla a Roma para hacerla ver por los mejores médicos pero estos

después de examinarla una y otra vez, dieron su diagnostico categórico: padecía de fiebre uterina.

Resignados con este diagnóstico y renovando sus esperanzas se embarcaron con las familias trentinas que venían a colonizar Argentina.



Así, transcurrían los días, siempre con algún acontecimiento inesperado. Una mañana el vapor Pampa se detuvo y quedó al vaivén de la borrasca, entonces el Capitán Toso informó a la tripulación que el vapor no tenía más carbón, pero poseía velas y las iba a desplegar. Les pidió que rezaran a Dios para que les envíe un fuerte viento para llegar al puerto de Montevideo que estaba muy cerca.

Durante todo el día los inmigrantes hicieron una cadena de oración, junto a una imagen de la Virgen Stella Maris, patrona de los navegantes, salvo algunos muy escépticos que no se unieron a las plegarias y en cambio maldecían la hora en la que se habían embarcado en tamaña aventura.

Por la noche llegaron los vientos que inflaron las velas y al amanecer del día siguiente el vapor Pampa estaba en el puerto de Montevideo.

La tripulación se despertó y con gran alegría bailaban y cantaban diciendo: “Estamos en América”.

El Capitán dio la orden de cargar el carbón para continuar el viaje al puerto de Buenos Aires.

El 23 de diciembre de 1878 el vapor Pampa entraba a los muelles del Puerto de Buenos Aires.

El Commendatore y todos los inmigrantes fueron recibidos por el Director de Inmigración, Gumersindo Montoya y conducidos al Asilo de los Inmigrantes.

El edificio, visto desde afuera, no se sabía que era, pero daba frío. Redondo como un circo de tablones, con el color de barco abandonado, tenía por fondo las grúas de los muelles, lo mismo parecía una inmensa boya que un cinematógrafo arruinado.

Adentro del edificio había un patio cuadrado y otro más chico, uno rodeado de los comedores y otro de los dormitorios. Se han visto muchos patios de miseria, pero como éste, tan frío, tan simétrico no se ha visto otro.



En ese edificio descargaban los barcos todo lo que Europa no podía mantener, lo que arrojaban las inundaciones, los que se salvaban de los terremotos, lo que abandonaban los mares, lo que escupían los gobiernos y a los que huían de las revoluciones, todo lo que caía buscando las aguas del trabajo para salvarse de la miseria.

Acomodaron sus pertenencias que no eran muchas, esperando el destino final, la “tierra prometida”.





Al día siguiente era Nochebuena y como fervientes católicos fueron todos los inmigrantes caminando hasta la Catedral Metropolitana de la ciudad de Buenos Aires para asistir a la Misa de Nochebuena.

Después de Navidad algunos inmigrantes se escaparon furtivamente del Asilo, fueron a recorrer las calles de la ciudad de Buenos Aires en busca de pan y trabajo pero todo fue en vano, no consiguieron nada.

Mientras, el Commendatore Don Giuseppe Finis recibía una oferta del Director de Inmigración, Gumersindo Montoya, para ir a colonizar Resistencia en el Territorio del Chaco.

Los inmigrantes se sublevaron y se empacaron como mulas, lo tomaron por el cuello al Commendatore y lo hubiesen ahorcado si no intervenía valientemente Carla Brunatti.

Ella les hizo la propuesta de ir personalmente a hablar con el Director de Inmigración, para conseguir un lugar más cercano para colonizar y seguir viviendo todos juntos.

El Commendatore se hizo aun lado para salvar su integridad física y a acompañó a Carla Brunatti a la oficina del Director de Inmigración.

Los inmigrantes confiaban mucho en Carla Brunatti, pero no así sus esposas que la celaban y la odiaban a muerte.

El Director de Inmigración, un criollo gentil, accedió a la propuesta y esa misma noche la llevó a cenar a la Confitería del Molino, cuyos dueños eran italianos, a buscar una salida favorable para todos y disipar los nubarrones del abandono y desinterés; porque la Argentina había decidido modificar la política inmigratoria tradicional, cauta y selectiva, y fomentar activamente la inmigración masiva, con propaganda y pasajes subsidiados.

El Director de Inmigración, se sinceró con Carla Bruntatti y le dijo:

- Para colonizar una zona más cercana a Buenos Aires, es otro precio, que el Commendatore, se niega a pagar, porque ese dinero lo tiene que poner él y se le achica el margen de ganancia de este viaje. A los inmigrantes no les puede sacar más nada.

Entonces Carla Brunatti, le respondió:

- Mi padre trae una buena suma de dinero y además tengo mis joyas, si es necesario.

El Director de Inmigración le dijo:

- Señorita Carla, con su grata compañía en esta hermosa noche, después de cenar pasamos por un hotel y todo queda arreglado entre el Imperio Austrohúngaro y nuestro noble país que recibe con los brazos abiertos a todos los inmigrantes del mundo.

Carla Brunatti, como pionera y en un acto casi heroico aceptó la propuesta hasta sus últimas consecuencias. Una noche de placer no le iba a hacer daño a nadie.



Así, llegaron a un acuerdo, el día de los Reyes Magos, serían todos los inmigrantes embarcados en un navío de bandera Paraguaya, éste estaba anclado en el puerto, hacía el recorrido de Asunción a Buenos Aires. En esa embarcación serían llevados hasta el puerto de Goya, Corrientes y luego trasladados al puerto de Reconquista para ir a colonizar el Chaco Austral en el norte santafesino.

Al amanecer el día de los Reyes Magos, todos los inmigrantes subieron al barco “Río Paraná”.

Fueron recibidos por su Capitán Julio Ortiz, muy gentil les dio la bienvenida y les dijo que el viaje iba a ser un paseo, que la alimentación era muy buena, el primer día les iban a servir en el almuerzo un guisado con cola de yacaré a la cacerola. (La cola de yacaré es casi un afrodisíaco, produce un hermoso sueño que nos hace olvidar las angustias). Cuando llegaran al puerto de Goya, se iban a encontrar con el paraíso.

Los inmigrantes se miraron unos a otros y se decían: “Vamos al paraíso a hacer la América”

Les dio algunas recomendaciones: que se cuidaran de las picaduras de los moquitos y de los piques.

Los inmigrantes probaron por primera vez, el tereré, bebida hecha con la maceración de la yerba mate en agua fría y algunos yuyos refrescantes, muchos inmigrantes no la pasaron muy bien.

La bella, Carla Brunatti enseguida hizo amistad con el Capitán y algunas noches las pasó en su camarote.

Cuando llegaron a Goya, los subieron a todos en una chata que se usaba para acarrear hacienda y fue tirada por el vaporcito San José hasta el puerto de Reconquista.

El 10 de enero de 1879 llegaron al puerto de Reconquista, donde improvisaron unas carpas con lo poco que traían para acampar por unos días.

Al tercer día de estar en el puerto de Reconquista vieron aparecer unas 10 carretas tiradas por bueyes, eran con dos ruedas semejantes a alzaprima, algunas con barandillas y otras no, conducidas por jinetes, blandiendo sus lanzas.

A los inmigrantes les produjo pánico el aspecto de los gauchos, pero estos se acercaron amablemente y los ayudaron a cargar todas sus cosas, luego fueron cruzando bañados, pantanos y llegaron al atardecer a Reconquista, donde fueron recibidos por el Coronel Manuel Obligado, Jefe Militar de la Frontera y por el capellán Fray Bernardo Trippini, misionero franciscano italiano.

Los alojaron en un gran galpón de la brigada el Coronel mandó a la tropa a cortar pasto para hacer de colchón para dormir.

Luego hicieron un gran asado para recibir a los inmigrantes y el aguardiente casero corrió hasta el Arroyo El Rey.



Al día siguiente algunos inmigrantes acompañados por el Coronel cruzaron el Arroyo El Rey en canoas hacia el norte y fueron a la Colonia Ausonia, (nombre tomado posiblemente de la palabra latina, ausum: empresa atrevida, acto de valor) que era el lugar asignado para construir sus viviendas y colonizar.

El lugar era similar a un fortín, rodeado por un gran zanjón para que los malones no pudieran entrar, solamente había allí tres ranchos grandes, uno habitado por una familia francesa, monsieur Dartagnan y madame Jacqueline, el segundo por una familia criolla el Negro Chávez y Doña María Ramírez y el tercero por un español Jesús Silva, soltero.

Tenían un pozo común para el agua con brocal de material, una pequeña chacra y algunas vacas.

Al final habían llegado para colonizar el Chaco Austral, que era una gran llanura en suave declive hacia el este, con escasas elevaciones y ríos divagantes que la anegaban con sus desbordes, sus grandes bosques albergaban una nutrida fauna de caza y abundaban los peces en sus esteros y lagunas.

Los habitantes originarios de tiempos inmemoriales eran los tobas y afines o guaycurúes, los abipones, los mocovíes, y los pilagaes.

El carácter nómada de la población aborigen del Chaco fue el obstáculo mayor para la conquista del territorio. Durante el período colonial español el suelo desierto no interesó a nadie. Eran demasiado extensas las zonas deshabitadas para que se buscase la tierra por la tierra misma. Sólo interesaba en cuanto entrara en función económica por el trabajo del aborigen, como ello no era posible con el nómada, la fuerza de resistencia que el Chaco opuso fincaba en ese sello de su población originaria.

A pesar de su condición nómada, el hombre del Chaco supo defender con valentía y heroísmo regando con su sangre su territorio invadido cuando vio que en todas sus fronteras naturales, estaba cercado por establecimientos de hombres civilizados que habrían impedido el paso.

Su reacción fue natural y defensiva, siempre corrió en desventaja frente al mortal armamento de los blancos.

Desde ese instante las tribus que quedaron vecinas a los establecimientos entraron en un comercio primario de pieles, cera, miel y aprendieron en ese trato algo de agricultura. Fueron la mano de obra barata de los colonizadores.

El Gobierno envió un agrimensor, Don Carlos Perolo, para hacer el trazado de la nueva colonia, pero tuvo algunos inconvenientes porque los inmigrantes no aceptaron las 144 hectáreas que les otorgaba el Gobierno a cada familia, por considerar que eran excesivas, estaría muy aislada una familia de otra y también les iba a demandar mucho trabajo cultivarlas.

Entonces intervino el Coronel Manuel Obligado, hizo dividir las 144 hectáreas en cuatro, quedaron 36 hectáreas para cada familia.

Los inmigrantes recibieron junto con la tierra los implementos para la labranza, arados, bueyes, semillas, vacas lecheras, batería completa para la cocina, mosquiteros, rifles y municiones.

Las viviendas fueron precarios ranchos de estanteos, las puertas y ventanas de paja brava, había madera en abundancia de los bosques milenarios pero no contaban con aserradero, antes de la llegada de estos colonos hubo en la Colonia Ausonia algunos aserraderos pero fueron levantados.



Los inmigrantes una vez tomada la posesión de su parcela, se dedicaron a cultivarla, todo transcurría dentro de la normalidad posible, siempre con el temor al malón, que nunca llegó.

Pero un mediodía se produjo un alboroto, alrededor de la administración se empezó a quemar un rancho, los colonos corrieron para apagar el fuego y gritaban: ¡”Se viene el malón”¡. Los soldados del Coronel salieron del cuartel a los tiros hacia la Colonia Ausonia, algunos cruzaron a caballo el Arroyo El Rey y otros en canoa. Cuando llegan al lugar del siniestro se encontraron con Doña María Ramírez, la esposa del Negro Chávez, llorando de angustia, ella misma le había prendido fuego a su rancho por venganza, porque su marido se había ido al monte con la señorita Carla Brunatti.

Los inmigrantes montaron en cólera, no toleraban semejante humillación: que se haya ido con un negro. Querían linchar al Negro Chávez, por haber humillado la sangre del Imperio Austrohúngaro.

El Coronel Manuel Obligado y el Capellán Fray Bernardo Trípini, apaciguaron a los colonos y buscaron una solución salomónica al caso, le dieron una canoa al Negro Chávez, quien navegó libremente por el río hacia el puerto de Reconquista rumbo a su Goya natal, y mientras se alejaba se escuchaba su sapucay lanzado al viento.

Doña María Ramírez compungida por la traición, juntó a sus hijos, montó su caballo alazán y rumbeó hacia el oeste siguiendo la línea de la frontera en busca de una toldería del cacique Mocoretá.

El Coronel preparó su tropa durante varios meses y el 29 de agosto de 1879 salió desde Reconquista con su ejército compuesto por 130 efectivos, para explorar el Chaco Austral, reconocer las aguadas y reprimir a los malones que invadían Córdoba y Santiago del Estero.

Marcharon incansablemente durante 11 días hacia el oeste. Llegaron a Los Pozos el 8 de septiembre, luego cambiaron de rumbo, siguieron hacia el norte persiguiendo a Juan José Rojas hasta Las Chuñas. Llegaron el 12 de septiembre y combatieron con 50 infantes y 20 jinetes, mataron a 32 indígenas, tomaron a 79 de prisioneros y recuperaron 90 yeguarizos.

Luego siguieron hacia el norte pasando por Tacurú en busca de José Petizo, quien huyó dejando 110 yeguarizos. Tras cuatro arduos días llegaron al paraje Avispa Colorada, continuaron su marcha hacia Ombú y se acercaron a la naciente del río Los Amores el 25 de septiembre, donde combatieron nuevamente.

El 3 de octubre llegaron a las márgenes del Río Paraná y por las mismas bajaron hasta Reconquista. Llegaron el 12 de octubre habiendo recorrido 750 kilómetros sin alcanzar a los bravos caciques Rojas que eran tres hermanos, ni a Petizo, ni a Cambá, ni a Rico ni al Inglés.



En la Colonia Ausonia, ya las familias estaban asentadas en sus respectivos terrenos y se preparaban para festejar un gran acontecimiento, el matrimonio del Commendatore Don Giuseppe Finis Térrea con la señorita Carla Brunatti.

Después de la boda los esposos festejaron con todos los inmigrantes, se despidieron y abandonaron la Colonia Ausonia. Regresaron a Buenos Aires para embarcarse nuevamente hacia el Imperio Austrohúngaro.

El Commendatore comisionó al colono Don Lorenzo Petrolli para redactar un acta de conformidad que todos los inmigrantes firmaron y también el Coronel Manuel Obligado, el capellán Fray Bernardo Trippini, donde constaba que se había cumplido todo lo acordado por el Gobierno con los inmigrantes.

Este documento lo presentaría al Emperador su majestad Francisco José I.

Así quedaba fundada una nueva colonia en el Chaco Austral que luego sería denominada “Presidente Nicolás Avellaneda”, en homenaje a quien promulgó la Ley 817 que permitía el ingreso al país de inmigrantes europeos

que venían a “hacer la América”.





Rodolfo Martín Gallo Acosta

09.02.08

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