lunes, 9 de noviembre de 2009

Félix Luna y “El 45”

CRÓNICA POLÍTICA


Félix Luna y “El 45”





Rogelio Alaniz

“...El peronismo...cóctel atroz de restos de mesas diferentes....”. Rodolfo Ghioldi

Cuando muere un escritor que me importa, tengo la costumbre de releer sus textos, una suerte de homenaje laico que brindo en rigurosa soledad a quienes tuvieron la gentileza de obsequiarme con el talento de su creación. Esta semana estuve particularmente ocupado releyendo “Tristes trópicos” de Levi Strauss y “El 45” de Félix Luna, a mi modesto criterio, sus obras más representativas y, en particular, las mejor escritas, un dato no menor en dos intelectuales que, más allá de las diferencias de sus objetos de estudio, escribían muy bien.

En el caso de Levi Strauss, volví a disfrutar de ese texto que incluye la ficción, las memorias y las observaciones científicas. Levi Strauss, considerado por muchos el fundador más lúcido del estructuralismo, fue al mismo tiempo un escritor dueño de una prosa seductora, lo cual no sólo lo hacía atractivo sino inquietante, porque el lector, en algún momento de la lectura, no sabía si la adhesión que despertaban sus ideas provenían de la rigurosidad de su pensamiento o de la belleza de su prosa. Diez o quince años después regresé a él y otra vez volví a sucumbir al encanto de sus palabras, justamente yo, que nunca me sentí atraído por el estructuralismo en ninguna de sus variantes.

Con Luna la relación fue diferente. Durante años consideré, con la habitual pedantería del caso, que era un historiador menor. Si algo le agradezco a Lanata y Pigna es que gracias a sus libros aprendí a valorizar a Luna y, para mi satisfacción, descubrí que mis maestros Luis Alberto Romero y Natalio Botana pensaban más o menos lo mismo.

La calidad intelectual de Luna no proviene sólo de una escritura que, como él mismo me lo dijera en una entrevista, se propone ser amable con el lector, sino del rigor profesional de algunas de sus obras más representativas, entre las cuales existe un amplio consenso en admitir que “El 45” es el libro en el que sus méritos pudieron expresarse con más elocuencia.

A diferencia de ciertos historiadores que se jactan de su condición de profesionales y cuyo exclusivo talento ha sido el de elaborar áridos informes que solamente van a leer con resignación sus tutores de tesis, Luna fue un historiador que pertenecía al linaje de quienes exigían como primer requisito para pensar la historia, ser dueños de una amplia cultura humanista.

“El 45” es un libro que se lee con placer e interés. Se trata de una formidable puesta en escena en la que, como en las grandes novelas, están presentes el punto de vista temporal y espacial, todo ello apuntalado por un riguroso trabajo de documentación. Si toda hipótesis histórica relevante nace de una intuición -en realidad ese principio pareciera que vale para cualquier proceso creativo- Luna supo intuir que el año 1945 marcó un antes y un después en la historia nacional. Y, sobre todo, intentó demostrar que los procesos históricos no están determinados de antemano, sino que están abiertos a la libertad de los protagonistas. En efecto, como en una novela, el lector avanza a través de las peripecias sin saber a ciencia cierta qué es lo que puede ocurrir en el próximo capítulo. Es necesario ser un excelente historiador, hace falta ser un maestro en el dominio del lenguaje, para mantener a lo largo de cientos de páginas ese interés que no decae en ningún momento.

Ayer estuve hojeando “El 45” y volví a apreciar sus variaciones, sus matices, la sagacidad para sugerir una multiplicidad de interpretaciones. Luna escribe este libro veinte años después de los acontecimientos. La distancia no le impide admitir su condición de protagonista; en este caso, de militante de la juventud radical y, en consecuencia, de opositor sistemático al régimen peronista que entonces empezaba a forjarse.

Casi al final del libro se permite algunas digresiones y recuerda la entrevista que mantuvo con Perón en Puerta de Hierro, ese hombre que, según sus palabras, mantenía la prestancia y el encanto de sus primeros tiempos, aunque ninguno de esos reconocimientos le impedía recordar que ese hombre simpático que estaba frente a él, era el mismo que estaba en un retrato de una seccional de policía en donde él había sido torturado.

Se sabe que un buen libro se define también por su capacidad de sugerir mundos posibles. Leer “El 45” en 2009 conduce inevitablemente a preguntarse qué hay de común entre aquel peronismo y el actual. La pregunta pareciera carecer de entidad historiográfica, porque lo que la historia estudia justamente son las diferencias entre procesos históricos, pero admitamos que desde la condición de lector nace espontáneamente el afán de comparación más allá de lo que prescriban las normas profesionales.

¿Existe alguna relación entre el peronismo de aquellos años y el actual? Decía que la historia estudia las diferencias entre un tiempo y otro pero, agrego, también estudia lo que se mantiene y corresponde al talento del historiador discriminar en un caso y en el otro. Con la prudencia del caso es posible ensayar alguna hipótesis de identidad a partir de reconocer que en el peronismo lo que se mantiene más o menos intacto a través de los años es un concepto y una práctica del ejercicio del poder.

Por supuesto que esta hipótesis debería ponerse a prueba a través de investigaciones más sistemáticas, pero no está de más insistir en aquello que planteé hace casi veinte años con motivo de una polémica con un funcionario del peronismo local, diciendo que al peronismo había que pensarlo como un dispositivo de poder reforzado por una particular mitología. Postulo que desde esa perspectiva es posible indagar sobre la identidad del peronismo u observarlo desde ese singular resplandor.

Entre Perón, Menem y Kirchner hay diferencias personales e históricas, pero existe algo en común que los constituye y ese “algo” es el concepto de poder, esa virtud de la cual algunos de sus dirigentes se jactan. El sustento de esa capacidad es precisamente una manera de concebir el poder, del mismo modo que esa identidad con el poder es lo que permite explicar por qué el peronismo a lo largo de la historia pudo ser clerical y anticlerical, liberal y estatista, conservador y socialista, contradicciones que logra superar porque lo que importa es el poder y hacia ese becerro de oro se subordinan certezas, convicciones o retazos de ideologías.

Por supuesto que sobre el tema hay mucha tela para cortar, pero a la hora de pensar el presente político resulta interesante retornar al pasado, a ese campo de incertidumbres abiertas, para reconocer estas identidades o ese singular talento para reivindicar causas justas y transformarlas en causas propias hasta degradarlas y corromperlas. “Bombero piromaníaco” dice Rouquie de Perón, para referirse a su capacidad para alentar el incendio y presentarse luego como el garante del orden que él mismo amenaza con derribar. ¿De Kirchner y su relación con los piqueteros no puede puede decirse algo parecido?

Los dilemas que hoy se le presentan a la oposición democrática no son diferentes de los que se le presentaban en aquellos años. Se puede compartir la jubilación por reparto, del mismo modo que antes se podía estar de acuerdo con el aguinaldo, pero lo que sucedía entonces, y de alguna manera sucede ahora, es que el peronismo siempre dispuso de ese talento morboso consistente en colocar a los opositores en el dilema de apoyar una causa justa, sabiendo de antemano que será corrompida o, en su defecto, de rechazarla pagando el precio de quedar instalado en el lugar del antipueblo.

Habría que decir, por último, que los dilemas que presenta el peronismo son también los dilemas de la oposición. En aquellos años, la estrategia de la oposición condujo a la derrota. Es posible que en la actualidad se corra el riesgo de repetir la misma experiencia. Entonces la contradicción se resolvió en 1955 por la vía de un golpe de Estado ¿Cómo se resolverá en el 2009? Nadie está en condiciones de responder a esa pregunta más que con una suma deshilvanada de lugares comunes, pero la pregunta sigue vigente porque si es verdad que el pasado es el espacio de la incertidumbre, mucho más lo es el futuro.

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