Mariano Ferreyra: ¿quiénes son los culpables?
Rogelio Alaniz
“Al matón de antes hoy se le dice sindicalista”, Jorge Luis Borges.
DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE http://www.ellitoral.com/
Mariano Ferreyra no esperaba morir de un balazo en la calle. Era un militante social, creía en sus ideas políticas y suponía que el compromiso incluía algún riesgo, pero no el de morir asesinado. Se dice que a la muerte se la ve llegar en el instante último. Seguramente, Ferreyra la alcanzó a ver en ese breve segundo que tuvo de agonía mientras su amigo le rogaba que no cerrara los ojos. ¿Qué pensó, que recuerdos lo dominaron? Eso es algo que nunca lo sabremos, porque la muerte es la única experiencia que sólo se expresa a través del silencio.
La inmensa mayoría del país condenó la muerte de este muchacho. Una multitud se concentró en la Plaza de Mayo para protestar por el crimen. Ninguna de esas sinceras manifestaciones de congoja y de solidaridad con el muerto logrará devolverle la vida, pero el testimonio de que en la Argentina al asesinato político se lo repudia fue, una vez más, elocuente.
Los que tenemos algunos años recordamos que en otros tiempos se festejaba el crimen y hasta se hicieron campañas electorales insultando la memoria de los muertos y vivando a los asesinos. Entonces había muertos buenos y muertos malos, pero siempre había muertos. En ese jolgorio macabro, participaban amplias mayorías y el Estado se sumaba a la fiesta con sus sádicos y psicópatas a sueldo.
La Argentina que hoy vivimos no es la que más nos gusta, pero debemos admitir que algún aprendizaje hubo. Desde la presidente de la Nación hasta la más modesta agrupación estudiantil, todos condenaron la muerte de Ferreyra. Incluso, los burócratas sindicales más comprometidos con este crimen se vieron obligados a decir palabras de consuelo.
Objetivamente esto es bueno, pero no alcanza. Es bueno que el asesinato sea condenado, pero hoy lo que se exige es que los asesinos vayan a la cárcel. No sabemos quién mató a Ferreyra, pero sabemos que los disparos los hizo alguien que integraba el grupo de choque conchabado por la Unión Ferroviaria. No sabemos quién fue el autor del disparo, pero el crimen huele a burocracia sindical peronista. El matonaje sindical no es nuevo en la Argentina, tampoco son una novedad sus crímenes y la impunidad que disfrutan sus sicarios. Muchas reformas ha habido en la Argentina desde 1983 a la fecha, pero las mafias sindicales se mantienen intactas. Es más, en los últimos años han crecido alentadas por el poder oficial.
No creo que haya habido una orden puntual de matar a Ferreyra, pero sí creo que cuando estos dirigentes sindicales recurren a la canalla de la sociedad no les debe llamar la atención que alguno se aparte del libreto escrito. Sicarios y matones reclutados en el hampa, en los aguantaderos de los bajos fondos, entre la mano de obra desocupada de una policía venal y corrupta, no pueden hacer otra cosa que la que saben hacer.
A Ferreyra lo ultimó un balazo, pero básicamente fue la víctima de un clima, de un ambiente político donde todo se compra y se vende, pero lo más barato es la vida. Puedo llegar a creer que Pedraza es inocente, que al enterarse de la muerte de Ferreyra se llevó las manos a la cabeza porque no ignora el precio político que puede llegar a pagar por culpa de la pulsión asesina de uno de sus matones, pero también me queda claro que quien vive en medio de la escoria inevitablemente se transforma en una escoria.
Creo en la sinceridad de la señora presidente cuando condena la muerte de Ferreyra, pero sus relaciones con los responsables de este crimen son demasiado evidentes como para creer que todo se arregla con una declaración de circunstancias. El matonaje mafioso que responde a Pedraza no es diferente al que responde a Moyano y a la mayoría de los caciques sindicales que estuvieron presentes el viernes pasado en la cancha de River y aplaudieron a una presidente que lucía la camiseta de la Juventud Sindical Peronista. Nadie debería haberse sorprendido. Una tradición histórica, una ideología política, una manera de concebir el ejercicio del poder los une. En esta rosca infame, no están comprometidos todos los peronistas, pero está claro que la marca en el orillo de esa rosca se llama peronismo.
Tampoco se pueden derramar lágrimas sinceras por la violencia desatada cuando todos los días desde la máxima autoridad política pronuncian palabras agraviantes y descalificadoras. En la sociedad política y entre las clases medias, las tensiones por el momento son verbales, no van más allá de imputaciones más o menos duras, pero entre las clases populares -y sobre todo en el universo político que organiza a las clases populares- la violencia se multiplica.
La responsabilidad también incluye a una izquierda que supone que todo le está permitido hasta que se encuentra con quienes suponen lo mismo, pero además están armados y decididos a matar. El Partido Obrero y Quebracho -entre otros- se han distinguido en los últimos años por atropellar instituciones y suponer que los conflictos se resuelven en la calle. Mientras estas andanzas las perpetren contra consejeros universitarios, docentes o funcionarios políticos no habrá de qué lamentarse, pero la situación se complica cuando esa izquierda se las tiene que ver con una derecha violenta que también razona en esos términos.
Los militantes de Quebracho y Polo Obrero estaban decididos a cortar ramales ferroviales con la misma impunidad con que tomaban un colegio, destrozaban las instalaciones de una facultad o cortaban las calles. La diferencia es que en este caso se encontraron con el rostro real del enemigo. Allí estaban. Como en la película italiana, son sucios, feos y malos y, además, odian con pasión instintiva a “zurdos, intelectuales y niños bien”. No han leído un libro para saber qué significa ser de izquierda, no saben qué proponen y tampoco les interesa saberlo, pero los odian, es algo visceral que los enerva, como si olieran sangre. Este matonaje no actúa en nombre de ninguna ideología política, puede que a veces lo hagan por un puñado de pesos, pero en todos los casos lo hacen con alegría, con pasión salvaje. No es la política la que los moviliza, no creen en nada ni en nadie, pero si a alguna identidad política responden es al peronismo.
La izquierda ahora ha aprendido que cierta derecha como sinónimo de barbarie, prepotencia y muerte, existe. Hace tiempo que la viene buscando y la encontraron. Desde ya advierto que puede llegar a ser más dura y más salvaje. Los dirigentes de izquierda se quejan porque la policía no intervino. ¿Qué esperaban? ¿Que los defendieran? ¿Por qué “el aparato represivo del capitalismo” iba a hacerlo? ¿No es acaso una contradicción que revolucionarios sociales que nunca han respetado las instituciones se quejen porque la policía no los defiende?
“Ferreyra ha ingresado en la puerta grande de los mártires”, dijo un compañero de su partido. Con todo respeto, lo hubiera preferido vivo. Su modesta, única e intransferible vida valía más que todos los martirologios y banderas de lucha. Curiosa deuda ideológica de una izquierda laica y atea a la religión en su variante más alienada y fanática.
“Algunos buscaban un muerto”, dijo la presidente. ¿Quiénes? ¿Sus amigos sindicalistas? ¿Duhalde? ¿O la izquierda? No se puede hacer una imputación tan grave y no dar nombres. No comparto las teorías conspirativas, pero no ignoro que en ese campo, al peronismo le gusta jugar al carnaval con nafta. Por el lado de la izquierda, no creo que quieran recolectar muertos, pero no se me escapa que para militantes forjados en ideologías rígidas, los muertos justifican sus presunciones más sombrías respecto del capitalismo y, además, tienen la dudosa virtud de agudizar las contradicciones. Los luchadores sociales han pagado un precio muy alto por creer en la teoría de la agudización de las contradicciones. En 1976, los Montoneros y el PRT alentaban la llegada de los militares, no porque amaran a Videla sino porque suponían que para el pueblo iba a quedar en claro quiénes eran los verdaderos enemigos. Los resultados estuvieron a la vista. Al “pueblo” lo único que le quedó en claro fue el miedo y la indiferencia, o las dos cosas juntas. Por su parte, los militares salieron a la calle e iniciaron la cacería salvaje que conocemos. Efectivamente, las contradicciones se agudizaron, pero de la peor manera.
También entonces parecía haber quedado en claro que, efectivamente, la derecha cuando se pone furiosa es temible. Se suponía que después de lo ocurrido en 1976 nadie desde la izquierda iba a subestimar las libertades “formales” de las democracias burguesas. Es lo que se suponía, pero ya se sabe que el hombre es el único animal capacitado para tropezar dos o tres veces con la misma piedra.
Ninguna de esas manifestaciones de congoja y de solidaridad con el muerto logrará devolverle la vida, pero el testimonio de que en la Argentina al asesinato político se lo repudia fue elocuente.
Una multitud se concentró en la Plaza de Mayo para protestar por el crimen de Mariano Ferreyra.
Foto: agencia efe
La responsabilidad también incluye a una izquierda que supone que todo le está permitido hasta que se encuentra con quienes suponen lo mismo, pero además están armados y decididos a matar.
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