miércoles, 7 de julio de 2010

Chopin maestro de piano

Chopin maestro de piano


Nidya Mondino de Forni

DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE http://www.ellitoral.com/





Es que el piano lo atrapó en cuanto pudo caminar —como si fuera su destino natural— y tuvo la suerte que sus padres, al detectarlo, no se opusieron a que su hijo se arriesgara en la incierta carrera musical. Por el contrario hicieron todo lo posible para fomentar su evidente talento. Contrataron por él al maestro Alberto Zywny, quien desde un principio, además de darle una base sólida de los rudimentos del arte, animó y guió su talento improvisador. Sus progresos pronto lo convirtieron en la maravilla de todos los salones de Varsovia.

¿Podemos imaginarnos a este portentoso del teclado, tocando en un encantado y hechicero círculo de condesas, rodeado por el lujo y el elogio, y dando, al mismo tiempo, lecciones de piano? Federico Chopin (1810-1849) es una figura mucho mas “natural”, afirma un biógrafo. Daba lecciones regularmente, y lo que es más, parecía que lo hacía con satisfacción. Enseñaba por lo menos durante ocho años meses por año y siempre estaba totalmente ocupado. Sus discípulos lo adoraban. Su bondad y paciencia eran conocidas y, cuando un discípulo daba indicios de talento, su interés y atención se redoblaban. Exigía mucho al talento y aplicación del discípulo. Un celo sagrado, artístico, ardía en él; cada palabra era un incentivo y una inspiración. Las lecciones individuales con frecuencia duraban literalmente varias horas. A veces perdía la paciencia pero “siempre se suavizaba de inmediato”. Todo alumno, por adelantado que estuviera debía comenzar con el “Gradus” de Clementi (*) y tomar el curso habitual de estudios y ejercicios. En cuanto a las composiciones que Chopin usaba para la enseñanza, antes que ninguno estaban Bach y Mozart; también entre sus favoritos figuraban: Händel, Dussek, Beethoven, Fiel, Weber.

Vaya esta carta de una alumna para tener una idea de Chopin, maestro de piano:

“Mi primera entrevista con Chopin tuvo lugar en sus habitaciones de París. Recuerdo el brillante fuego en su salón elegante y confortable. En el centro de la habitación había dos pianos: uno de cola, el otro vertical. Ambos eran Pleyel, de hermoso sonido y pulsación. Poco después entró Chopin desde otra habitación y me recibió con la cortesía y naturalidad de un hombre acostumbrado a lo mejor de la sociedad. Su aspecto personal, su extrema fragilidad y salud delicada eran evidentes, como también el peculiar encanto de sus modales (...). Finalmente fijó el día y hora de mi primera lección, pidiendo que trajera algo de lo que estaba estudiando. Tomé la Sonata en La bemol mayor (op.26) de Beethoven. No necesito decir que estaba temblando al tomar asiento frente al piano con Chopin sentado a mi lado. No había tocado muchos compases antes que dijera “Deje caer las manos’. Hasta entonces estuve acostumbrado a oír “Baje sus manos’ o “Golpee tal nota’. Ese “dejar caer’ no era sólo mecánico, fue para mí una idea nueva y de inmediato sentí la diferencia. Chopin me permitió terminar la hermosa melodía y luego ocupó mi lugar y tocó toda la sonata. Fue para mí una revelación. Luego tocó la “Marcha fúnebre’ con un gran efecto orquestal, profundamente dramático, y sin embargo con una especie de refrenada emoción que era indescriptible. Estaba maravillada. Me daba elementos para la interpretación (...). El quedaba pacientemente sentado mientras yo trataba de encontrar mi camino a través del laberinto de sonidos que, nunca habría podido comprender, si no hubiera tocado para mí cada composición —nocturno, preludio, vals, impromptus, estudios, sonatas, lo que fuere— haciéndome oír el armazón (si puede expresarse así).

(...) Hablaba muy poco durante las lecciones. Si yo no podía entender algún pasaje, lo tocaba lentamente para mí. A menudo yo admiraba su paciencia, porque debe haber sido una tortura escuchar mi tamborileo, pero él nunca pronunció una palabra impaciente. Algunas veces iba al otro piano y murmuraba un exquisito acompañamiento improvisado. Una o dos veces se vio obligado a retirarse al otro extremo de la habitación, cuando tenía horribles accesos de tos, pero me hacía señas de seguir y no prestar atención (...). La mayoría de sus alumnos ya eran excelentes y distinguidos músicos antes de comenzar a estudiar con él. No requerían una enseñanza elemental, mientras yo sólo era una aficionada joven, con un gran amor por la música, pero con muy poco aprendizaje previo. Chopin me interrogó con referencia a esto y le dije que había aprendido más oyendo cantar que por cualquier otro medio. El observó: “Eso está bien, el piano canta’. Yo miraba, escuchaba pero no podía encontrar una descripción adecuada de esa música emocionante, que parecía venir de las profundidades de su corazón y llegaba al corazón de los oyentes. Se han escrito volúmenes y sin embargo creo que, nadie que no lo ha oído pueda comprender plenamente aquella fuerza magnética. Es aún para mí un placer profundo, aunque doloroso, abrir las páginas marcadas al margen con anotaciones a lápiz de Chopin, graciosos pequeños agregados a la música impresa...”.

Se ha destacado con frecuencia cuán raro es que ninguno de sus alumnos ha podido llegar a destacarse realmente. Acaso ninguno pudo comunicar su secreto, quizás por lo incomunicable, íntimo y personal. Tocaba como componía, en forma única. La humanidad cautivante que infundía a su sonido, causaba en sus oyentes un deleite que rayaba en lo sobrenatural.

“Sólo Chopin sabía cómo tocar Chopin’ (J. Cuthbert Hadden).

(*) “Gradus ad Parnasum” importante colección de piezas de los más grandes autores cuyo autor es Muzio Clementi. Célebre pianista y compositor.



Chopin, según Kiniat.

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