viernes, 27 de agosto de 2010

REFLEXIONES

El sembrador mira su campo cultivado y puede ver muchas


espigas, tantas como su mirada puede abarcar.

En la época de siembra, airea la tierra, prepara el campo para que esa

semilla tenga las mayores posibilidades de mostrar su potencial.

Siembra, y al voleo las semillas van cayendo en el terreno.



Sabe que para ver el resultado tendrá que esperar un tiempo, tiempo de crecimiento.

Y luego el milagro de la vida repitiéndose otra vez: espigas doradas que se mecen al sol.

Sólo entonces, cosecha lo que siembra.

Los seres humanos somos sembradores, cada cual en su campo, y tenemos la oportunidad de actuar como él.



El ámbito laboral, la familia, la escuela, los amigos... En fin, tantos

ámbitos en los que actuamos y en los que tenemos la oportunidad de dejar

nuestra semilla.

Por eso es tan importante lo que elegimos sembrar. Porque al igual que

el sembrador cosecharemos lo que sembramos.

Al igual que él, tendremos en cuenta el resultado final que deseamos

conseguir para elegir nuestra semilla: si lo que queremos cosechar es

amor, ternura o cualquier otra gama del mismo, la semilla que

introduzcamos en el suelo deberá llevar dentro de sus "entrañas" todo el

potencial del amor.

Sembramos sonrisas, sembramos caricias, sembramos miradas, sembramos palabras.

Al igual que el sembrador, sabemos que nuestra cosecha está expuesta a

tormentas, a sucesos climáticos imprevistos, a situaciones

desfavorables. Sin embargo, continuar sembrando con fe, pensando en las

hermosas espigas meciéndose en el viento es una poderosa motivación

para hacer de la siembra el propósito de mi vida.

Como dijo el poeta Blanco Belmonte en su verso:

Hay que vivir sembrando! Siempre sembrando!



Colaboración de Susana Garat

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