jueves, 8 de octubre de 2009

Duerme negrita, duerme

Duerme negrita, duerme


Vaya un sentido gracias y adiós a la más grande cantora de mi tierra.
 
de http://www.igooh.com/
 
 
Por Ignacio Escribano




La primera vez que escuché su voz, en vivo, fue en el Teatro de la Cova de Martínez.



No me acuerdo bien qué año transcurría por aquel entonces (principio de los ´90, tal vez); pero lo que sí puedo recordar fue la profunda emoción, y la alegría, que me causó ver a su emblemática figura, allá “en el palco”, saludando con las dos pequeñas manos, y el corazón enorme, a su entrañable público de todas las edades, clases y colores, si es que existe distinción alguna entre las gentes.



Todavía recuerdo haber quedado atónito, con la piel de gallina y embelesado como un niño frente a un mago, al escuchar la belleza, la potencia y la dulzura de su voz.



Apenas comenzó a cantar las primeras líneas del bellísimo poema de Hamlet Lima Quintana -hoy, su mejor presagio-: “Zamba para no morir”, inmediatamente supe que caería rendido para siempre ante los pies de aquella artista inigualable, comprometida generosamente con su sino hasta el final.



Desde aquel recital, que jamás olvidaré, me he vuelto a embriagar con su canto cuantas veces he podido, siguiéndola por cuanta sala de teatro pude (la habré ido a ver no menos de quince veces), escuchándola fascinado en algún programa de radio o de televisión, o yendo a comprar sus últimas grabaciones, como quien se adentra en el silencio en busca de una incuestionable medicina para el alma.



Mercedes Sosa me acompañó con su arte y su cantar cada vez que los caminos me alejaron de Argentina. Su sola voz fue, tantas veces, el último pedacito de raíz que me arrimó a mi tierra en la distancia. En el formato que fuera: en los viejos cassettes destartalados, en los pesados CD´s, o, como ahora, en un iPod rebalsado con su música.



Hoy, desde Zurich, me despido de la madre y la maestra cantora que se va para no volver. Una nostalgia inexpresable se pasea por la tarde. En vano fue mi sueño de conocerla en persona. O de cantar a su lado. O de coronar el cuerpo de mi bombo legüero con su firma en tinta negra…



Un majestuoso lago azul y unas cuantas casitas con sus jardines en flor asoman desde la ventana. A lo lejos se desdibujan las siluetas de un puñado de montañas que no tardarán en emponcharse de blanco. Con tanta belleza de testigo, y con la garganta henchida de tristeza y gratitud, le digo adiós a la más grande cantora que parió mi pueblo.



Joan Manuel Serrat, quien meses atrás grabó “Aquellas pequeñas cosas” junto a ella, dijo al enterarse de la muerte de su amiga: “Mercedes era una artista popular en el mejor sentido; muy pocos pueden dar la emoción que ella transmitía; sí, tenía una voz fantástica, afinada, pero que no hubiese valido de nada sin un corazón que la empujara; ella lo tenía, y la gente lo sabía”.



“Con su muerte -concluyó el catalán-, Mercedes ha hecho llorar mucho a los hombres”.



Entre esos hombres, confieso con orgullo, no hubo de faltar este cantor que le escribe ahora unas breves palabritas de agradecimiento y adiós, y que sin decirle le dice: “Duerme negrita, duerme”.

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